4.2.08

·· 2. Confusión Mentes · POSICIONARSE

Paralelamente a otros aspectos de la vida, a la búsqueda desenfrenada de un buen posicionamiento social, con el claro objetivo de obtener una serie de prebendas (que no siempre resultan tangibles en la medida que uno ansía), en el arte el individuo ha hipotecado también su sistema básico de convicciones, aquél que habíamos ido cosechando como colectividad cultural a lo largo de siglos de práctica y convivencia. De forma consciente en la mayoría de los casos, lo hemos hecho a rebufo de la facilidades que habilita una sociedad del bienestar en un permanente y desaforado avance materialista. Un sistema por el que transitan a sus anchas hipocresía, azar y aleatoriedad, desgobierno, una total ausencia de criterios racionales... y la código ético que ampara en todo momento al mejor situado socialmente. Pero lo peor no es eso, sino el hecho de que los nuevos sistemas de concepción empírica y praxis rutinaria del arte, a los que nos hemos proyectado ilusoriamente, se han ido dotando de sutiles procedimientos autogeneradores, a través de los cuales la organización difusa del Sistema consigue retroalimentarse y dotarse en todo momento de sentido y significación. Los efímeros chantajes del “genio”, la “fama” y el “dinero” como principios motores de la vida a todos los niveles, a lo largo de casi seis siglos de reiteración del mensaje, han conseguido juntar toda una pléyade de fieles tributarios de la notoriedad en permanente actitud pasiva. Aparte de coherente, el Sistema es también recíproco y, a todos aquellos que se entregan a él sin condiciones procurándole ganancias, tanto comerciales, directas y palpables, como inmateriales e indirectas, les defiende, apadrina y da cobijo. Por el contrario, en el momento en que dejan de rendir lo previsto, los aparta para siempre de las mieles del triunfo sustituyéndoles de la noche al día por nueva carne en disposición de torcer el cuello. El origen de una gran parte de los males a los que nos estamos refiriendo podríamos situarlo en el Renacimiento, momento en el que se instaura la figura del artista como genio de la creación cultural y personaje a glorificar; su desarrollo acelerado lo ubicaríamos a partir de la Revolución Industrial, con el auge de la burguesía, que comienza a “consumir” arte a modo de posicionamiento social y como inversión de futuro; y su catastrófica implantación universal en las últimas décadas del siglo pasado, con la asunción generalizada de ciertas prácticas neoliberales suicidas, carentes de escrúpulos.
Pese al inmovilismo reinante, cada vez son más quienes se percatan de que algo anormal está sucediendo a nuestro alrededor y en nosotros mismos. Algunos incluso, dando un pequeño salto cualitativo, asumen silenciosamente y a regañadientes que estamos ante un problema de envergadura.
Teniendo en cuenta las formas de afrontarlo, pueden darse cuatro posibilidades efectivas:
1. Los no sé de que me estás hablando; miran a otro lado, levantan el vuelo y... a otra cosa mariposa.
2. Los cobardes, que no mueven un dedo aún a sabiendas de lo que se nos viene encima, pero que derraman lágrimas en privado al abrigo de la distancia corta. Quejándose de manera solapada entre amigos, ante el temor a una significación pública.
3. El anacoreta, personaje que se niega en rotundo a pasar por el aro, abandonándose a una vida artística de absoluta soledad, para no mancharse con la mierda que desprende el resto de los integrantes del Sistema.
4. Y un grupo muy minoritario y no organizado, el de los que se plantean comenzar a socavar las estructuras, creando un caldo de cultivo propicio al desenmascaramiento de impostores, sobrevalorados y superfluos, con nombres y apellidos... y razones concretas de su puesta en evidencia. A partir de ahí, asumir todo lo que venga.
La negativas a actuar de oficio, ante la disyuntiva de perder las ventajas acumuladas, por insignificantes que estas sean (posicionamiento nº2), o a no perder nada (posicionamiento nº3), evidencian sendas paradojas en sí mismas. Es la Confusión de las Mentes.