4.2.08

·· 3. Confusión Mentes · ESCRIBIR

Actividad intelectual por la que transitan miles de escribientes que componen alegorías y redactan suposiciones exquisitas, en función de ella y para ella, pero que apenas nadie lee. Da mucho que pensar. Extraña empresa, la de escribir en estas circunstancias y que, a pesar de su esterilidad, se perpetúa en el tiempo con la misma estructura gremial y los mismos vicios decimonónicos. Es la Confusión de las Mentes. Se venden los textos y se trafica con ellos bajo encomienda y a tanto el párrafo, la hoja y el compendio. Se imprimen y se publican, pero no consiguen llamar la atención de los profesionales que no participan activamente de un requerimiento concreto. Lo mismo sucede en sentido contrario, aquellos que no participaron de esa o aquella tribulación estética, encargan a su vez nuevos manifiestos individuales o de asociación, que, continuando con la misma dinámica, son obviados por aquellos que, en su momento, les hicieron partícipes sus propias propuestas en este u otro sentido. Como si no hubieran sido escritos. No obstante, en una esquizofrenia sin precedentes, a modo de carnés de identidad intelectual, estos mismos panegíricos son esgrimidos por artistas, entidades y direcciones de grandes eventos como lujosas cortinas de humo en la primera parte de catálogos y libros ilustrados con imágenes. Cuanto más glorificada es la firma que avala los comentarios, tanto más alta resultará en la dinámica general la distinción implícita a los creadores y a sus obras. Lo que menos importa es de lo que hablan las escrituras, como hemos querido poner de manifiesto. De hecho, la mayoría de ellas resultan muy poco creativas e iluminadoras. Porque suelen componerse a partir de otros productos ambivalentes y de expectativas genéricas, ya existentes en la gran biblioteca del mercado y de la historia. Aderezadas con una serie antecedentes fidedignos y algunas citas siempre enriquecedoras, se utilizan de forma entrelazada de distintos modos, según tengan que hacer referencia a un tema u otro. Un recortar y pegar con toques de cierta sofisticación confusa.
Ni tan siquiera los propios redactores, a quienes se les supone en la mejor tesitura para hacerlo, examinan con verdadera atención los enunciados y las proposiciones de sus análogos de oficio. Vivimos en la era del ego y, sólo en casos extremos de rigurosa necesidad profesional o de un compromiso personal exacerbado, acceden a impregnarse los surcos cerebrales con cavilaciones ajenas. Tanto escritores como potenciales lectores participan al unísono de este ritual característico en el arte, muy poco proclive al esclarecimiento y a la concreción. En reuniones, conferencias y actos sociales, todos hacen como si estuvieran al tanto de los asuntos que salen a colación, pero en realidad la cosa funciona de otro modo más pedestre. Resulta fácil comprobarlo cuando el tema en cuestión le atañe a uno de manera directa; cuando uno mismo ha escrito un texto o lo ha encargado escribir a un profesional de la línea entrelazada. Se aprovecha entonces la coyuntura personal para hurgar en la supuesta lealtad de los demás y en su capacidad de ilustración. Y la mentira no tarda en aflorar. Uno se da cuenta enseguida de que son poquísimos los que le han dedicado un mínimo de atención a “tu” propuesta. Como niños, eso sí, se han recreado sobrevolando las imágenes y los colores de la paginación, a la manera de un insecto. Y juzgarán ahora “tus” trabajos, bien o mal comentados por el teórico, a partir de esa visión inmediata y frívola de la materia en liza. De medias tintas vivimos, bajo mínimos nos movemos y superficialmente expresamos nuestra disposición para comprender al prójimo. Es la Confusión de la Mentes.
Lo que sucede con el periodismo subordinado resulta igual de infausto o quizás peor. Defensores de grupos organizados a nivel ideológico y/o comercial, son muchos los profesionales del texto esclavo que, por vagas y vacilantes razones, cercanas al hambre y a la supervivencia intelectual numerarias, no desean oír hablar de la decadencia del arte como catalizadora de dignidades en extravío. Con las orejeras puestas en cabezada, esta pléyade de copistas y bustos parlantes a sueldo se ha convertido en un ejército repetidor de esquemas ineficaces. Y que cierre la puerta el último, como dice el refrán popular, mientras la profesión o el empleo sigan dando para calentarse y llenar el buche.
El fenómeno de la globalización amplifica la falsedad sistematizada, al mostrarla en toda su diversidad y opulencia. La ejemplariza, la generaliza y la convierte en fenómeno de seguimiento masivo, como es el caso sangrante de la música y la canción. Por otra parte, al no invertir el tiempo y el espacio suficientes en exponer con claridad qué es y qué no es en arte, se ha determinado por ciencia infusa la lacerante habilidad de diseminar una serie de mensajes telegráficos, que ahondan siempre en la banalización de un tipo de artistas, tendencias o movimientos, en beneficio de la proyección sistemática de un conjunto de ensalzados, generalmente imperfectos. Se trata de una catequesis colectiva sincopada que, gota a gota en el tiempo, va dejando en la población y en el grueso del colectivo profesional un poso de irreflexión, a partir del consumo encapsulado de fórmulas y productos liofilizados.